viernes, 25 de enero de 2008

RECETAS CONTRA EL FRACASO ESCOLAR

El psicopedagogo del IES Bernat de Sarrià, Juan Vaello, ha publicado su nuevo libro, "Cómo enseñar a los que no quieren", para combatir la desmotivación del alumnado
"El secreto de enseñar no es tanto transmitir conocimientos como contagiar ganas", con esta filosofía de partida, el psicopedagogo Juan Vaello ha sacado a la luz un nuevo libro, "Cómo dar clase a los que no quieren", un manual para docentes con más de trescientas técnicas y estrategias, para potenciar las habilidades sociales y emocionales del alumno, su motivación y su nivel de atención para conseguir mejores resultados académicos. "Sí hay soluciones mágicas" contra la desgana, según el experto que propone más implicación de los padres y más formación para el profesorado. BELÉN GARCÍA S
í hay soluciones mágicas" para enseñar a los alumnos desmotivados. Con esta frase comienza el nuevo libro del experto Juan Vaello, psicopedagogo del IES Bernat de Sarrià de Benidorm y formador de profesores, que trata de "inyectar optimismo pedagógico frente al fatalismo" de la sociedad ante los problemas de la enseñanza. "El profesor puede hacer magia si aprende muchos números, los ensaya, los perfecciona y los aplica" y así lo demuestran los resultados de algunas técnicas que propone, utilizadas en diferentes institutos de la geografía española.
Con el título: "Cómo enseñar a los que no quieren", el libro es casi un recetario con más de trescientas estrategias concretas para combatir la desgana, principalmente en la Secundaria, donde los alumnos estudian obligados convirtiéndose en objetores escolares dentro del aula.
Los conceptos de Educación han cambiado y ahora no sólo importa el rendimiento académico porque éste es fruto de otras habilidades. "El nivel social y emocional del alumno, que muestra su capacidad de convivencia y su autoestima, así como su grado de motivación y atención son lo primero que hay que potenciar, los que vienen sin eso no obtienen buenos resultados académicos", explica Vaello, que aboga por incorporar estos aspectos al sistema de evaluación porque "de forma informal ya se puntúa el esfuerzo del alumno pero habría que evaluarlo explícitamente".
Las propuestas, siempre orientadas a "dar salida a todos y cada uno de los estudiantes" van desde cuidar su ubicación, explicando cómo dividir el aula y sentar a los escolares según el propósito, hasta la realización de listas de retos y éxitos, informes y diarios por parte de los escolares o el llegar a pactos con los grupos negativos de la clase.
Aproximadamente un 30 por ciento de los alumnos no quiere estudiar, aunque el porcentaje varía en función del curso, la ciudad, el nivel socioeconómico, etcétera. La diversidad por la llegada de inmigrantes, la incorporación de alumnos con discapacidades y las enormes brechas entre estudiantes motivados y objetores "debe plantearse como un reto y no como un problema", señala Vaello, quien considera que "el profesor ha de ver el conflicto como una oportunidad de intervenir". El principal, son las "interrupciones, que crean un clima de clase imposible". Vaello apuesta por medidas preventivas: "si se tratan los resfriados disminuyen las pulmonías", del mismo modo que si se "atajan los conflictos frecuentes y de baja intensidad diminuirán los casos de acoso y violencia". La enseñanza del autocontrol es una de las vértebras ya que "el alumno conflictivo es impulsivo y tiene poca fuerza de voluntad, frente al que se motiva, controla y respeta".
Pero el problema no radica en el alumnado. Profesores y padres han de colaborar en una misma dirección. La falta de implicación de los padres, por un lado, la descoordinación entre familia y centro e incluso entre profesores y la falta de formación de los docentes, que es "manifiestamente mejorable" obligan a actuar en todos los niveles del sistema educativo. Crear equipos docentes para unificar criterios, establecer los mismos límites en casa y en clase, aprovechar cada contacto con los padres para crear lazos, conocer los efectos de los diferentes tipos de castigos, son algunas de las propuestas de esta "cultura de soluciones frente al fatalismo, porque ante los problemas no debemos preocuparnos sino ocuparnos", concluye.
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miércoles, 9 de enero de 2008

Aula del futuro, profesor del pasado




España ha hecho un gran avance para adaptar su Universidad, pero los apuntes siguen mandando

La Universidad española ha hecho un gran esfuerzo para adaptarse al plan europeo que obligará a todas, desde 2010, a ser más participativas, integradas, adaptadas a la tecnología y con tutorías más individualizadas. Pero el avance tecnológico es rápido y más fácil; está en marcha. El cambio de mentalidad de los profesores, sin embargo, acostumbrados en España a la clase magistral sin feedback, será más difícil. Puede costar una generación.
Cada alumno irá a clase con su portátil, las clases serán más pequeñas, semicirculares, con wi-fi; el aula magna desaparecerá del día a día reservándose para las charlas puntuales de grandes expertos, se reforzarán las tutorías y los alumnos de todo el campus podrán interactuar a través de la Red. Después de años de retraso, España ha pisado el acelerador.
Desde que en 1999 los países de la UE firmaron la Declaración de Bolonia, en la que se comprometían tanto a establecer en 2010 un espacio común europeo que fomentara la movilidad de alumnos y profesores entre países como a adaptar la forma de enseñar y aprender en los campus a los nuevos tiempos, España apenas había hecho nada hasta el año pasado. En 2007 se han aprobado los mecanismos básicos para que las universidades empiecen a implantar los cambios. Están ya en ello.
Pero las contradicciones abundan: como "haber empezado la casa por el tejado, los posgrados antes que los grados", en palabras del profesor de la Autónoma de Madrid Bernabé López.
Es tal la vuelta al calcetín metodológico que Ramón Capdevilla, adjunto al consejero delegado del portal Universia, teme el riesgo de un cambio sólo de formas, sin evolución en las estructuras. Un maquillaje. El proceso será lento, "de 5 o 10 años", calcula, y despertará (lo está haciendo ya) reticencias en los claustros: "Los conocimientos científicos y la calidad docente seguirán estando valorados"; el "sabio", el "gran genio" mantendrá la distancia de la clase magistral, rodeándose de un equipo docente que atenderá más directamente a los alumnos.
Pero el vendedor de crecepelos -"el que piensa: suelto mi rollo y, si nadie puede hablar conmigo y me he traído la parte de teatro bien ensayada, no tendré problemas", escenifica Capdevilla- que todavía hoy puede dar el pego, a duras penas sobrevivirá a una tutoría o a una clase más pequeña, personalizada e interactiva.
"Llevamos 10 años con Bolonia como Pedrito con el lobo, y hay cansancio en los claustros", detecta Joaquín Sevilla, profesor de la Universidad Pública de Navarra y director del campus virtual compartido del grupo de universidades G9. Y profesores a los que los cambios pillan con el paso cambiado, acomodados. Sin formación para la que se les viene encima. "¿Quién nos enseña a nosotros la nueva manera de hacer las cosas?", preguntan un par de catedráticos.
Mercedes Sanz, profesora del departamento de Filología y Culturas Europeas en la Universidad Jaume I de Castellón, manda y recibe tareas en el campus online, organiza foros de discusión con sus estudiantes y, el año pasado, tuteló en una de sus materias a una de sus alumnas, erasmuswebcam. en Alemania, a golpe de Internet, correo electrónico y
Lara María Pérez Llopis pisa poco los despachos de tutorías; 9 de sus 14 asignaturas de segundo de la carrera de maestro están activas en el aula virtual de la Jaume I y, cuando tiene dudas, se conecta y envía una consulta a su profesor, que responde en un máximo de 48 horas. Tres cuartos de su clase utiliza esta herramienta para bajar documentación, mirar notas o chatear en la cafetería virtual. Su grupo echa mano del Google Doc cuando no puede quedar para un proyecto: trabajan en red y, a la vez, en un mismo documento compartido.
El presente de Mercedes y de Lara, que lleva el ordenador portátil a todas partes, se conecta desde casa y busca cobertura wi-fi como si fuera una zahorí: da pistas del peso de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (las TIC) en la nueva Universidad, explica Jordi Adell, responsable de Educación y Nuevas Tecnologías de la Jaume I: "Habrá más acceso a las aulas virtuales, a los aprendizajes informales y a las comunidades profesionales y científicas". Los emisores de información se multiplican. Las distancias, las fronteras, se pulverizan: "Un estudiante podrá cursar asignaturas en otros campus".
"El e-learning avanzará en algunos masters, pero su verdadera explosión, aunque no a corto plazo, se dará en la formación continua", estima Antonio Artés, vicerrector de Posgrado de la Universidad Carlos III de Madrid. Para alumnos como los de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), un referente de e-learning en España: su media de edad es de 30 años, 9 de cada 10 trabaja, y 4 de 10 tiene hijos; buscan ampliar conocimientos en su puesto actual, promocionar en su empresa, cambiar de empleo. Son cerca de 45.000, un cuarto de fuera de Cataluña.
En los grados irá ganando terreno un "modelo mixto de formación semipresencial con clases presenciales concentradas" y, el resto, online, vaticina Adell. Ya sean trabajos en grupo por Internet o clases virtuales. La parte presencial, que nunca llegará a desaparecer según los expertos, será más participativa
. Mala señal, a estas alturas, que un campus no esté conectado aún a Internet. "El 100% de las universidades públicas tienen cobertura wi-fi", asegura Sebastián Muriel, director general de Red.es, una entidad dependiente de la Secretaría de Estado de las Telecomunicaciones y de la Sociedad de la Información que impulsa Campus en Red para favorecer el desarrollo de "e-learning, localización o transmisión de voz a través de las redes IP (VoIP)", según rezan los objetivos del programa.
Un 72% de las 50 universidades participantes en el estudio Las TIC en el sistema universitario español de 2006, de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas (CRUE), cuenta con una unidad de enseñanza virtual, y un 80% tiene desarrolladas tecnologías educativas de apoyo a la docencia.
"La Universidad Politécnica de Madrid (UPM) organiza un certamen de robótica, Cibertc. Los grupos inscritos reciben clases sobre conceptos generales, y después cada cual diseña su proyecto, tutelado por un profesor. Compiten con otros robots que rastrean, juegan, esquivan obstáculos. Gana el que mejor haya resuelto las cuestiones que se les hayan ido planteando". Javier Uceda, rector de la Politécnica de Madrid, pone este concurso como ejemplo de cómo se aprende haciendo, learning by doing, se permite el anglicismo.
En su opinión, éste será el modo de hacer en el futuro. Y cambiará la propia estructura física del aulario, para permitir una mayor interacción. "Las aulas tendrán un entorno semicircular, con una pantalla donde proyectar imágenes". No es que esté echando a volar la imaginación, es que la UPM ha comenzado con esta línea de remodelaciones. Y anuncia más: "Habrá que organizar salas donde reunirse y trabajar en grupo e individualmente". Sus bibliotecas disponen ya de un servicio de préstamo de portátiles.
"Los economistas no hacemos futurología", bromea Carlos Berzosa, rector de la Universidad Complutense de Madrid (UCM), cuando se le plantea hablar sobre el futuro. Pero el futuro es ya una realidad reflejada en el espejo anglosajón y en las directrices del Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), que debe estar totalmente implantado en 2010. "Se pondrá el acento en el aprendizaje activo, no en los apuntes dictados; habrá más seminarios y tutorías, y los grupos se reducirán", enumera. Entre otras cosas, porque disminuyen los matriculados. "Cuando yo era decano de Económicas teníamos 14.000 alumnos; ahora son 6.000", compara.
Las aulas menguarán en tamaño y se multiplicarán en número: "Haremos como los cines que se convierten en minicines", pone el símil el rector. Pero sin que desaparezca ni el aula magna ni la clase magistral "del profesor con mayúsculas", a modo de conferencia multitudinaria. Berzosa y Uceda coinciden en que la presencia de los alumnos en el campus se extenderá más allá del horario lectivo.
"Las universidades grandes se están poniendo las pilas, pero no veo el mismo movimiento en las pequeñas", dice Joaquín Sevilla desde la Pública de Navarra. Y es algo que le preocupa porque la movilidad y la competencia entre universidades será cada vez mayor. Sevilla tampoco detecta muchas prisas por cambiar la actitud docente: "De considerar a los alumnos menores de edad, a los que hay que dictar apuntes y evitar que copien en los exámenes, a ejercer de entrenadores de atletas a los que hemos de ayudar a superarse".
¿Qué carreras estudiarán estos atletas? No desaparecerá ninguna, según las previsiones de Mariano Fernández Enguita, catedrático de Sociología en Salamanca y promotor del portal INNOVA de educadores en Red, pero crecerán más "aquellas que corresponden a tecnologías productivas y sociales con una demanda creciente, o que representan un cambio económico generacional: biomedicina, informática, audiovisuales, educación, políticas públicas...". Una parte cada vez mayor de su actividad, en investigación y en enseñanza, "se desarrollará en colaboración con otras entidades públicas y privadas".
Dice este catedrático que la Universidad del siglo XXI habrá de tener cintura para adaptarse: "Dejará de estar casi limitada al aprendizaje inicial para convertirse en escenario natural de la formación permanente y en socio habitual de la formación continua (a las empresas)". En una economía del conocimiento, "se producirá una estratificación vertical, horizontal y funcional de las titulaciones: vertical porque veremos una pérdida relativa de valor del título de grado y un papel más determinante y diferencial de los posgrados; horizontal porque se dará más importancia a en qué universidad se ha obtenido un título; funcional porque títulos del mismo nivel y centro tendrán un valor de mercado muy distinto según su especialidad". En una sociedad global "destacarán unos cuantos títulos de reconocimiento transnacional: doctorados europeos, escuelas de negocios de proyección internacional, titulaciones coronadas con becas en el exterior, titulaciones de un puñado de universidades globales", pronostica.
"No podemos ser buenos en todo", apunta Josep Eladi Baños, vicerrector de Docencia y Ordenación Académica de la Pompeu Fabra, que ha potenciado sus materias "más brillantes" hasta especializarse en biomedicina, humanidades y ciencias sociales y de la comunicación. El campus barcelonés inició su proceso de adaptación al crédito europeo en 2004; desde entonces, las actividades presenciales se han reducido en un 20%, "y van a seguir haciéndolo", augura; entre el 70% y el 80% de sus nuevos matriculados estudian ya según los planes europeos. "Si se hace bien, supone más trabajo para profesores y alumnos pero, a cambio, se consigue un mejor rendimiento académico", expone el vicerrector. Pero la transición, advierte Baños por experiencia, "es dura".
Profesores acomodados, sin ganas de más trabajo -"Da pena ver a algunos compañeros utilizar la web sólo para colgar su programa", denuncia un docente, que prefiere que no se cite su nombre-. Alumnos con "poca cultura del esfuerzo", se lamenta el vicerrector de la Carlos III Antonio Artés, quien aboga por una mayor responsabilidad y participación. Y por una financiación adecuada.
Habrá mayor orientación a la empresa, coinciden muchos expertos, pero sin ponerse nunca a su servicio. El vicerrector de la Pompeu Fabra ve el futuro como una oportunidad para alcanzar más prestigio internacional: España es el país europeo que más erasmus recibe. Y tiene en Latinoamérica un gran potencial.



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